MUJERES SIGNIFICATIVAS


MEMORIAS EVOCADAS 

Una maestra republicana

Ser mujer, maestra y republicana era un delito grave. 
Yo creía en una sociedad próspera, solidaria, igualitaria, inclusiva, cohesionada y democrática y sabía que para conseguirlo era necesario poner en marcha una co-educación pública, gratuita y laica. 
Con esas pretensiones e ilusiones ingresé en la nueva escuela superior de magisterio (Escuelas Normales las denominaron). Por primera vez en España, una escuela mixta, como así serían todas las escuelas primarias que surgirían en los lugares más recónditos de todo el país. Tras cuatro años de estudio, realicé el Cursillo de Selección Profesional y conseguí mi título universitario y mi escuela. También conseguí mi independencia económica y social. 
Los primeros años fueron terribles. Todas las innovaciones pedagógicas que había adquirido no encontraban viabilidad en las condiciones inhóspitas que me rodeaban. Sólo la imaginación y la pasión fueron mis aliadas en esa desmesurada tarea: debía contextualizar una nueva pedagogía en un submundo rural lleno de carencias básicas.
Cualquiera de mis movimientos cotidianos, fuera o dentro de mi escuela, siempre estuvieron sometidos al control y vigilados por padres, curas, guardia civil e incluso alcaldes que siempre miraron con recelo mis prácticas basadas en la experimentación, la acción, los métodos intuitivos y creativos, frente a los métodos memorísticos y repetitivos y mi propia forma de vida de mujer independiente.
El 18 de marzo se 1939 comenzó la depuración. Se me prohibió seguir ejerciendo y se me obligó a presentar una instancia manifestando mi deseo de ingresar y la declaración jurada de las prácticas profesionales y personales anteriores. La comisión depuradora pedía informes de padres, curas, guardia civil e incluso alcaldes. Mi expediente se remitió a la Comisión Superior Dictanimadora. Se me acusó de uno de los cargos más graves: haber aplicado planteamientos pedagógicos renovadores. También se me acusó de ser demasiado libre y de antirreligiosa por haber guardado en una leñera el crucifijo que había presidido la escuela antes de mi llegada. 
Estuve muy  poco tiempo recluida en una cárcel construida para cuatrocientas cincuenta mujeres y que almacenó a más de cuatro mil.
Dijeron mi nombre. Me montaron, junto a otras compañeras, en una camioneta desvencijada ue nos condujo a un no lugar, un sitio de paso y sin nombre.
Sigo desaparecida en alguna fosa o cuneta olvidada.

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